Desde
que comenzó la producción del jamón ibérico, se llegó a relacionar a los
embutidos que terminaban goteando grasa, como un indicio de buen aroma. Esto
mientras sucedí en el transcurso de la maduración y la calidad. Las características de la grasa
como fluidez, consistencia etcétera se debían a su porcentaje de ácidos grasos mono
insaturados. Esto era algunos años atrás, ahora una buena fluidez de la grasa
se logra conseguir con piensos que previamente han sido engrasados de ácidos
grasos poliinsaturados. El cual ha sido el principal factor para determinar la
grasa en el cerdo desde los años cincuenta.
Existen
piezas de jamón cuya grasa se presenta fluida, pero con un escaso aroma al
grado de que llegar a oler a rancio. En este tipo de jamones, la alta
proporción de ácidos grasos polinsaturados termina por provocar una oxidación
muy rápida e intensa en las fases intermedias del proceso y en cambio se reduce
la formación de los olores que son los importantes a la hora de querer
comprobarlo. Sin duda, termina por ser una disociación de la grasa y el aroma
si es que se lleva a cabo esta producción del jamón con este componente.
El
aroma no solo es un atributo confiable de la calidad del jamón, es el más
fiable para poder determinar la calidad del embutido. Sin duda es la manera más
confiable para saber si el jamón se encuentra en buen estado. Los jamones que
presenten fluidez excesiva y un acortamiento, el descenso de la calidad es
paralelo a la falta de aroma, por lo que este factor corresponde al indicador
más claro de la calidad del jamón ibérico. La grasa y el aroma deben de medirse
en la misma escala para poder determinar si el jamón es bueno o no lo es.
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